Desde la butaca
“Alfonsina, la muerte y el mar”
David Gómez Frías
Marco: Festival Internacional de Teatro de Cazorla. Ciclo: Sala. Fecha: 15
de octubre de 2021. Escenario:
Teatro de
La realidad heredada del buen
teatro queda impresa en el texto y sujeta en el aire de los escenarios sobre el
quehacer del buen actor. Lo demás son adornos que pueden engrandecer o herir de
tedio y rechazo el espectáculo teatral. El adorno ha evolucionado para
convertirse en un concepto resumido, que ayuda a resaltar el trabajo propio del
elenco de actores que se deslizan sobre los textos originales o adaptados. Una
voz, un gesto tienen mayor atractivo que una puesta asombrosa en escena. Quiero
decir que el teatro que nos deja huella, el que ha sido capaz de permanecer al
lado de la evolución humana para narrar nuestra propia historia, es aquel que
basa su pureza en una relación sencilla que une un texto de calidad con actores
de calidad. Todo lo demás forma parte del espectáculo y se atribuye al nivel
espectacular al que se quiera llevar un montaje, ya sea clásico o moderno. Entiendo
que no estoy descubriendo nada y asumo este entendimiento después de
reconciliarme con esta teoría de la sencillez teatral una vez que, subido el
telón de La Merced para abrir la veinticinco edición del FIT Cazorla, pude
disfrutar de la deliciosa “Alfonsina, la muerte y el mar”. Es esta una de esas
obras que, sin invitación a una vista previa, reclama nuestra atención desde la
capacidad lírica de su título. Eso es lo que, una vez reconocida nuestra
butaca, recibimos del directo: un encuentro emocional con lo poético. Luego nos
fijaremos en el nombre del autor, aceptando que su personaje será quien
sobreviva en nuestra memoria, porque no tenemos acceso directo al texto que lo
hace real y cercano. Más tarde buscaremos detalles ciertos de una vida que nos
ha llamado la atención desde la ficción de un escenario. Por último, miraremos
los nombres de ella y él, dos actores de carne y hueso que sobreviven más allá
de la delgada piel de sus propios personajes. Porque, al fin y al cabo, ellos
serán el nexo real entre nuestras emociones y lo vivido, inmersos en la
oscuridad del Teatro de La Merced. Manuela Luna tiembla proyectando el perfil
poético y reivindicativo de Alfonsina Storni, le presta su piel, su voz, su
textura de mujer para lograr que se quiebre la contenida emoción del público.
Javier Almeda, ora la muerte, el hijo, el padre, el amigo, ora el amante, cubre
los personajes de la vida de Alfonsina con la maestría de quien debe clavar sus
historias en un argumento traído para emocionar. Este es el equipaje de la
Compañía Almantwins Productions y poco más se hace necesario. Dos actores
grandes que dejan su verdad grabada en la memoria del público teatral, una
historia argumentada en la vida de un personaje capaz de sobrevivir a su desgracia
vital, y pequeños detalles que purifican este oficio del teatro: una farola que
invita a la penumbra y aumenta la sensación de soledad frente al mar, y unos
bloques de falso hormigón a modo de vereda en el espigón del puerto que invitan
a bailar con la muerte. Estos son los sencillos ingredientes que visten de
teatral lo poético. Estos son los ingredientes de “Alfonsina, la muerte y el
mar”, un sencillo cóctel que nos reconcilia con el buen teatro.
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