domingo, 17 de octubre de 2021


 

Desde la butaca

“Alfonsina, la muerte y el mar”

David Gómez Frías

 

Marco: Festival Internacional de Teatro de Cazorla. Ciclo: Sala. Fecha: 15 de octubre de 2021. Escenario: Teatro de La Merced. Obra: “Alfonsina, la muerte y el mar.”. Reparto: Manuela Luna y Javier Almeda. Dirección: Pedro Domínguez.  Textos: Joaquín Dholdan. Producción: Compañía Almantwins Productions.

 

La realidad heredada del buen teatro queda impresa en el texto y sujeta en el aire de los escenarios sobre el quehacer del buen actor. Lo demás son adornos que pueden engrandecer o herir de tedio y rechazo el espectáculo teatral. El adorno ha evolucionado para convertirse en un concepto resumido, que ayuda a resaltar el trabajo propio del elenco de actores que se deslizan sobre los textos originales o adaptados. Una voz, un gesto tienen mayor atractivo que una puesta asombrosa en escena. Quiero decir que el teatro que nos deja huella, el que ha sido capaz de permanecer al lado de la evolución humana para narrar nuestra propia historia, es aquel que basa su pureza en una relación sencilla que une un texto de calidad con actores de calidad. Todo lo demás forma parte del espectáculo y se atribuye al nivel espectacular al que se quiera llevar un montaje, ya sea clásico o moderno. Entiendo que no estoy descubriendo nada y asumo este entendimiento después de reconciliarme con esta teoría de la sencillez teatral una vez que, subido el telón de La Merced para abrir la veinticinco edición del FIT Cazorla, pude disfrutar de la deliciosa “Alfonsina, la muerte y el mar”. Es esta una de esas obras que, sin invitación a una vista previa, reclama nuestra atención desde la capacidad lírica de su título. Eso es lo que, una vez reconocida nuestra butaca, recibimos del directo: un encuentro emocional con lo poético. Luego nos fijaremos en el nombre del autor, aceptando que su personaje será quien sobreviva en nuestra memoria, porque no tenemos acceso directo al texto que lo hace real y cercano. Más tarde buscaremos detalles ciertos de una vida que nos ha llamado la atención desde la ficción de un escenario. Por último, miraremos los nombres de ella y él, dos actores de carne y hueso que sobreviven más allá de la delgada piel de sus propios personajes. Porque, al fin y al cabo, ellos serán el nexo real entre nuestras emociones y lo vivido, inmersos en la oscuridad del Teatro de La Merced. Manuela Luna tiembla proyectando el perfil poético y reivindicativo de Alfonsina Storni, le presta su piel, su voz, su textura de mujer para lograr que se quiebre la contenida emoción del público. Javier Almeda, ora la muerte, el hijo, el padre, el amigo, ora el amante, cubre los personajes de la vida de Alfonsina con la maestría de quien debe clavar sus historias en un argumento traído para emocionar. Este es el equipaje de la Compañía Almantwins Productions y poco más se hace necesario. Dos actores grandes que dejan su verdad grabada en la memoria del público teatral, una historia argumentada en la vida de un personaje capaz de sobrevivir a su desgracia vital, y pequeños detalles que purifican este oficio del teatro: una farola que invita a la penumbra y aumenta la sensación de soledad frente al mar, y unos bloques de falso hormigón a modo de vereda en el espigón del puerto que invitan a bailar con la muerte. Estos son los sencillos ingredientes que visten de teatral lo poético. Estos son los ingredientes de “Alfonsina, la muerte y el mar”, un sencillo cóctel que nos reconcilia con el buen teatro.

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