viernes, 1 de febrero de 2013

Ruido de fondo


(Ideal Cazorla, enero 2013)

David Gómez Frías

Los ciudadanos de a pie, estos que estamos sobreviviendo a los años y a la crisis, estos que venimos soportando el peso de la caída libre de nuestro sistema social, estos que somos los funcionarios o personal laboral de las administraciones públicas, o empleados de una empresa que amenaza continuamente con el peligro de extinción o pérdida de empleo (para el caso viene a ser lo mismo), o estos que somos parte de esa gran masa y nueva clase social surgida de los millones de desempleados, cuya opción pasa por evitar gastos innecesarios y aligerar el equipaje expulsando de él vocablos inútiles como el que define la esperanza, todos, en fin, la sociedad al completo, no salimos del asombro. La corrupción, la ausencia de principios cívicos que velen por el interés general, el suspenso permanente que reciben nuestros representantes políticos del más alto nivel, merma y retrasa permanentemente la proximidad de la recuperación. El enfrentamiento entre administraciones cuyo gobierno fue elegido bajo el paraguas de un programa y una ideología que difiere del ejemplo central, quema los posibles acuerdos y enmarca las declaraciones de ambos lados no en beneficio de los ciudadanos, sino en el futuro electoral. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Si los jornales de los aceituneros jiennenses no llegan al mínimo exigido, a pesar de la nefasta cosecha recogida en las almazaras, que ha rebajado los pronósticos más pesimistas a cifras que rozan el descalabro, es preciso que nadie se baje del burro y que esta provincia, ya de por si marcada por la diferencia, caiga un poco más en el pozo económico en el que se haya inmersa, rompiendo todas las estadísticas sociales que marcan la media. A las miles de familias que ya han perdido sus hogares por una práctica hipotecaria firmada en contrato, cierto, que subraya lo moralmente injustificable, se les ofrece el caramelo de la bolsa de viviendas sociales que ni evitan la deuda, ni curan las heridas, pero que permiten a este gobierno, a un gobierno más, evitar corregir una ley hipotecaria calificada desde todos los extremos como abusiva. Que los servicios de urgencias resulten prescindibles como derecho de los ciudadanos y se justifique su cierre por una dispersión social históricamente perjudicada, alegando que en su ejecución se ahorraran una decena de millones, dice mucho de hacia dónde vamos. Si te manifiestas, sanción. Si perteneces a esa porción de la clase media española que aun resiste como tal y tienes para cubrir las tasas judiciales, podrás acudir a la justicia para corregir entuertos, en caso contrario verás cómo el equilibrio que garantiza la igualdad se vence por el peso del dinero. Tanto y mucho más, perdonad mi falta de análisis, es preciso que se deje caer con todo su peso sobre nuestras espaldas sociales. Algún día tendremos que agradecer a nuestros políticos la curvatura irreversible de nuestra espalda. Debemos incluso comprender que no es momento para la indignación: millones de euros perdidos por actitudes individuales de avaricia; miles de millones desperdiciados por prácticas administrativas sin control; leyes de amnistía fiscal que favorecen el lavado de dinero de personajes imputados en procesos judiciales; sobres de ida y vuelta con sobresueldos en dinero negro que a más de uno está quitando el sueño. No, no es momento para la indignación, ni para la protesta, ni para sentirse humillado por quien tiene manchada su conciencia aunque no recuerde de donde viene la mancha. A diario nos reclaman facilidad de movimientos para llevar a cabo toda reforma necesaria y, cuando hayamos tocado fondo, cuando dé comienzo la recuperación veremos la luz. La pregunta es ¿seremos capaces de no hacer nada para evitarlo? La indignación y la protesta forman parte de nuestro oxígeno. Por mi parte seguiré respirando.      

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