(Ideal Cazorla, enero 2013)
David Gómez Frías
Los ciudadanos de a pie,
estos que estamos sobreviviendo a los años y a la crisis, estos que
venimos soportando el peso de la caída libre de nuestro sistema
social, estos que somos los funcionarios o personal laboral de las
administraciones públicas, o empleados de una empresa que amenaza
continuamente con el peligro de extinción o pérdida de empleo (para
el caso viene a ser lo mismo), o estos que somos parte de esa gran
masa y nueva clase social surgida de los millones de desempleados,
cuya opción pasa por evitar gastos innecesarios y aligerar el
equipaje expulsando de él vocablos inútiles como el que define la
esperanza, todos, en fin, la sociedad al completo, no salimos del
asombro. La corrupción, la ausencia de principios cívicos que velen
por el interés general, el suspenso permanente que reciben nuestros
representantes políticos del más alto nivel, merma y retrasa
permanentemente la proximidad de la recuperación. El enfrentamiento
entre administraciones cuyo gobierno fue elegido bajo el paraguas de
un programa y una ideología que difiere del ejemplo central, quema
los posibles acuerdos y enmarca las declaraciones de ambos lados no
en beneficio de los ciudadanos, sino en el futuro electoral. Quien
esté libre de pecado que tire la primera piedra. Si los jornales de
los aceituneros jiennenses no llegan al mínimo exigido, a pesar de
la nefasta cosecha recogida en las almazaras, que ha rebajado los
pronósticos más pesimistas a cifras que rozan el descalabro, es
preciso que nadie se baje del burro y que esta provincia, ya de por
si marcada por la diferencia, caiga un poco más en el pozo económico
en el que se haya inmersa, rompiendo todas las estadísticas sociales
que marcan la media. A las miles de familias que ya han perdido sus
hogares por una práctica hipotecaria firmada en contrato, cierto,
que subraya lo moralmente injustificable, se les ofrece el caramelo
de la bolsa de viviendas sociales que ni evitan la deuda, ni curan
las heridas, pero que permiten a este gobierno, a un gobierno más,
evitar corregir una ley hipotecaria calificada desde todos los
extremos como abusiva. Que los servicios de urgencias resulten
prescindibles como derecho de los ciudadanos y se justifique su
cierre por una dispersión social históricamente perjudicada,
alegando que en su ejecución se ahorraran una decena de millones,
dice mucho de hacia dónde vamos. Si te manifiestas, sanción. Si
perteneces a esa porción de la clase media española que aun resiste
como tal y tienes para cubrir las tasas judiciales, podrás acudir a
la justicia para corregir entuertos, en caso contrario verás cómo
el equilibrio que garantiza la igualdad se vence por el peso del
dinero. Tanto y mucho más, perdonad mi falta de análisis, es
preciso que se deje caer con todo su peso sobre nuestras espaldas
sociales. Algún día tendremos que agradecer a nuestros políticos
la curvatura irreversible de nuestra espalda. Debemos incluso
comprender que no es momento para la indignación: millones de euros
perdidos por actitudes individuales de avaricia; miles de millones
desperdiciados por prácticas administrativas sin control; leyes de
amnistía fiscal que favorecen el lavado de dinero de personajes
imputados en procesos judiciales; sobres de ida y vuelta con
sobresueldos en dinero negro que a más de uno está quitando el
sueño. No, no es momento para la indignación, ni para la protesta,
ni para sentirse humillado por quien tiene manchada su conciencia
aunque no recuerde de donde viene la mancha. A diario nos reclaman
facilidad de movimientos para llevar a cabo toda reforma necesaria y,
cuando hayamos tocado fondo, cuando dé comienzo la recuperación
veremos la luz. La pregunta es ¿seremos capaces de no hacer nada
para evitarlo? La indignación y la protesta forman parte de nuestro
oxígeno. Por mi parte seguiré respirando.
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