viernes, 1 de febrero de 2013

Romerías y costumbres


(Ideal Cazorla, mayo 2012)


David Gómez Frías.

Todo pueblo que se precie venera en sus altares, al menos, a un Patrón o Patrona. Cazorla, que se precia y se aprecia, luce su fervor por dos. Sin referirnos aquí al Cristo del Consuelo que por los días de septiembre agita el clamor y la fe de este pueblo nuestro. Pero ahora que caminamos por las horas de mayo, habiendo dejado atrás las fechas propias del calendario de abril, en el ánimo nos queda el regusto de romería popular y cercana. La romería grande, celebrada por tradición en el último domingo de abril, viene anunciada por el repique de la campana que se alza altiva sobre la ladera oblicua, inclinada rencorosa ante los rumores del viento profano. Allí donde queda la ermita blanca de nuestra Señora de la Cabeza, paralela unas veces, bajo la sombra otras, al vuelo circular de los halcones. Es esta ermita estandarte de vanguardia y faro protector de los navegantes perdidos en la superficie provinciana del olivar. No existe en la leyenda ni en la tradición paralelismo alguno, dejando al margen el sobrenombre “de la Cabeza”, con romerías coincidentes bajo el sello mariano. Tan antigua es la devoción a esta Virgencita nuestra que ya en las fechas que marcaron la llegada de los musulmanes a nuestras tierras, se da cuenta de la veneración hacia la imagen. Que por protección fue ocultada, que pasado el tiempo llegó el olvido y que las rocas que la guardaban se desplomaron, pasados los años, ante la humildad de un pastor. Siglos enteros responden como testigos a la relación de Cazorla con su Virgen de la Cabeza. Es este, quizá, el motivo por el que la respuesta a su llamada viene a ser masiva y, si el tiempo lo permite, masificada, pues así quedan los alrededores del santo lugar cuando la campana llama sobre los tejados del pueblo. Este año la diferencia ha venido marcada por un tiempo lluvioso, permisivo con los detalles principales de la fiesta, pero necesario para los campos que desde la altura vigilante de la ermita son custodiados. Por eso estas líneas han de ser un homenaje a los protagonistas del final de fiesta. Los costaleros que, sobre sus hombros, cargarían las andas y sobre las andas la imagen mariana hasta bajarla al pueblo. Nada nuevo a tenor de lo que ha sucedido todos los años. No obstante, lo distinto en este lo marcó la lluvia. La tarde amenazando pidió una clara reflexión sobre la más conveniente manera de hacer el trayecto. Dado el sí al camino se optó, adoptando las medidas protectoras necesarias para que la Virgencita no sufriera daño alguno, por traerla a hombros. Y a hombros la portaban cuando se inició la lluvia, a hombros la llevaban cuando arreció la lluvia. Y sobre los hombros la traían cuando, entrando en el pueblo, diluvió y cayó la que no estaba escrita. El agua corrió por los plásticos protectores, corrió por cabezas y hombros, por cuerpos mimetizados o indiferentes con el agua. Así, sin descanso hasta llegar a la Parroquia, donde el pueblo cómodo bajo techo esperaba soltando al aire los “vivas” oportunos. Allí la bailaron, la alzaron sobre la vertical de los brazos extendidos y enjugaron la humedad de sus ropas y sus cuerpos con el aplauso, agradecido y sincero, de los presentes. Para ellos, los costaleros de la Virgen de la Cabeza, mi homenaje.
Llegó después este mes de mayo y, hacia la mitad del calendario, una ola de calor africano se cruzó entre el cielo y el suelo, para perjuicio de nuestra salud primaveral. En su fecha de costumbre la ermita chica, aquella que guarda en su memoria las heridas y el perdón de nuestro varón apostólico, abre su puerta principal, limpia de polvo el manto de San Isicio e invita a iluminar la noche con los pequeños candiles caracolados. Tiene esta romería un acento íntimo, sosegado. Tiene su campana un gozne tímido acosado por el bullicio infantil. Tiene su mirador sabor a primavera madura ejemplarizada en habas frescas, cerezas enrojecidas y aromas furtivos de los huertos. Y, si aquella romería mariana lucía por tradición el hornazo, en esta se hace impensable su realidad sin un baso de fresca cuerva acompañada de verduras en la tapa. Si aquella muestra, por su grandeza, el esplendor de la naturaleza, esta, la romería chica, surge del pueblo, de sus calles y de los rincones por donde la tradición engalana el presente con haceres pasados. Pero ambas favorecen el esplendor de los rincones que diferencian a Cazorla, con su gente y su ciudadanía visitante.     

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