(Ideal Cazorla, julio 2012)
David Gómez Frías
Una vez superado el
tercer fin de semana de julio, una vez adaptados al empuje casi
insoportable de las temperaturas propias del calendario, una vez
acabado el vaivén de conciertos con su trasiego de músicos y
público, local o visitante, queda la obligación del balance. Y a
tenor de lo visto y vivido por las calles de Cazorla, baremando
asistencias y ausencias, idas y venidas, dimes y diretes, se hace
justicia al marco general que señalan estos tres breves días como
un (si no el que más) importante aporte económico, un verdadero
aporte de oxígeno puro para las arcas comerciales de la localidad.
Las voces críticas decrecen al paso de los años, los defensores
predican desde la fortaleza del producto Bluescazorla, los ciudadanos
de a pie asumimos la ingerencia de un alejado estilo de vida y
música, dejándonos llevar a la conquista y logrando aceptar como
necesario e imprescindible el desarrollo de la treintena aproximada
de conciertos. Es cierto que el festival se proyecta para quienes han
de visitar nuestro pueblo o ciudad que lo es, según los datos
escarbados en la historia por el maestro historiador Juan Antonio
Bueno en su último libro, por reconocimiento de las Cortes de Cádiz
desde hace doscientos años. Es cierto, también, que el blues brilla
por su ausencia, como tendencia musical, el resto del año y sólo la
intimidad personal deja pruebas de que la melodía blusera va tomando
forma en nuestras discotecas particulares. Pero lo innegable resulta
ser la actividad paralela que agita el bullicio de los días previos
y la tranquilidad de fechas posteriores, que completan el paréntesis
de dicho fin de semana. Con el paso de los días el tejido social
mantendrá ciertas sensaciones a flor de piel, se entablarán
conversaciones en las que se dé importancia a tres o cuatro
conciertos con los que hacemos nuestra selección individual e
iremos, poco a poco, olvidando que los demás también pasaron por
aquí. No obstante, el beneficio cultural de la cita habrá dado
mayor profundidad a la identidad local y a su proyección, más allá
de las limitaciones de los interminables cerros del olivar. Distinto
punto de vista surgirá del tejido empresarial turístico local y, en
cierta medida, comarcal. Nadie en la carnicería tendrá presente la
guitarra de Mississippi Martínez, aunque su presencia en nuestros
escenarios haya vendido más carne. No conocerá, tampoco, el
surtidor en la gasolinera del concierto siempre extraordinario de Keb
´Mo´, ni hará recuento de los depósitos que por él se habrán
llenado de más. Rosendo llevará en su equipaje un poco de
ignorancia que relacione su presencia en Cazorla con la afluencia de
público en el recinto paralelo o, por más que pese a los vecinos de
la Plaza de los Aligustres y aledaños, del movimiento social y
consumista del botellón paralelo al festival. En los bares y
restaurantes no se hablará de California Honey Drops o Johnny
Sansone, no se pondrá valor a la voz de unos ni a la armónica de
otros, pero surgirá un recuento extra de la registradora de cada
local. En los hoteles no recordarán el nombre de los componentes de
los Travellin Brothers, ni del sueño perseguido por los miembros del
proyecto Playing For Change, pero músicos y visitantes habrán
elevado la curva de ocupación aportando algún que otro grano de
arena a la base de supervivencia económica que a todos nos afecta.
Así hasta completar un abanico de silenciosas posibilidades
personales que, en lo laboral, contribuyen con pequeños y necesarios
ingresos. No, ya no tienen cabida ni justificación los detractores.
Por el contrario, dado el beneficio generalizado se hace precisa la
presencia de nuevos sueños y soñadores empujados por la fe de que
Cazorla y los años les darán la razón.
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