(Ideal Cazorla, octubre 2012)
David Gómez Frías
La tercera semana de
octubre trajo consigo diversas protestas estudiantiles, repartidas
por todo lo largo y ancho de nuestra geografía. La inmensa mayoría
de los centros educativos públicos españoles han visto cómo el
alumnado abandonaba las aulas, se manifestaba y exigía un sistema
educativo garante de sus posibilidades. En el mismo contexto, las
Asociaciones de Padres y Madres quedaron convocadas para llevar a
cabo una jornada de aulas vacías. Si el referente de los alumnos
habla de un éxito relativo, con aprobado alto, en el caso de la
protesta de los progenitores tengo la impresión de que no se ha
logrado tanta repercusión. Analizando nuestra comarca, como un
ejemplo real de lo sucedido, encontramos a cuatro de nueve colegios
participando en dicha jornada de huelga. En Cazorla, de dos colegios
encontramos que la Asociación de Madres y Padres de uno de ellos ni
se molestó en informar y así habrá sucedido, sin duda, en otros
pueblos y en tantos colegios. Allí donde se convocó reunión
informativa, uno de los interrogantes que revoloteó por toda la
asamblea vino a poner en duda cualquier tipo de lucha por nuestros
derechos. ¿Y esto de qué sirve? preguntaban no pocos padres o
madres del alumnado. Una respuesta vestida de lógica dice que
posiblemente no sirva para nada. Pero tampoco tiene valor el silencio
y si aquellos que participamos del valor democrático de nuestra
sociedad permanecemos callados tanto mejor, nuestras vidas serán
llevadas en volandas, seremos dirigidos como parte de un ganado
acostumbrado al grito de su pastor y viviremos confiados en ser
guiados a pastizales frescos y abundantes. No, no es mi intención
vivir comparado ilusoriamente con un lanudo y paciente animal. Pero
tampoco concibo que aquellos que han sido elegidos para nuestra
representación y para la gestión de nuestros intereses sociales,
vivan en la idea de que han alcanzado el aura de intocables, que
nuestro sistema electoral les concede impunidad por cuatro años para
hacer y deshacer. No, ha de quedarme al menos la opción de la
protesta. La crítica, siempre constructiva incluso para aquellos a
los que se les ha otorgado la confianza en las urnas, mejora nuestra
condición de individuos sociales. El silencio adoctrina pero la
protesta enciende alarmas y resulta ser un buen aviso para políticos
que desarrollan o traicionan su programa electoral bajo un cálculo
partidista, que les va guiando hacia las próximas elecciones. ¿Y
para qué sirve una protesta social si no se consigue nada? Para
romper dichos cálculos electorales, para que un individuo que ocupa
un cargo surgido de los votos individuales, no me llame alegremente
irresponsable si le digo a la cara que está destruyendo el garante
educativo de mis hijos. Para no formar parte de mayorías silenciosas
y adoctrinadas. Para darle valor a mi voz y a mis decisiones, para
expresarme y afianzar posturas de crítica, de revisión permanente
del mandato otorgado a nuestros representantes. Para exigir formar
parte de mi realidad más allá del simple gesto electoral. Grito
para hacer saber que no estoy conforme, para anunciar que la
confianza se resquebraja aunque hay margen para la rectificación. El
grito social encuentra su justificación en el juicio permanente al
trabajo que afecta a nuestros intereses. Y en el grito social no hay
ideologías ni disciplinas de voto, no hay silencios que se compran y
no debe haber cabida para la desesperanza. Y porque un grito social
siempre tiene consecuencias, más tarde o más temprano se identifica
el valor de la protesta.
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