viernes, 1 de febrero de 2013

Los gritos sociales


(Ideal Cazorla, octubre 2012)

David Gómez Frías

La tercera semana de octubre trajo consigo diversas protestas estudiantiles, repartidas por todo lo largo y ancho de nuestra geografía. La inmensa mayoría de los centros educativos públicos españoles han visto cómo el alumnado abandonaba las aulas, se manifestaba y exigía un sistema educativo garante de sus posibilidades. En el mismo contexto, las Asociaciones de Padres y Madres quedaron convocadas para llevar a cabo una jornada de aulas vacías. Si el referente de los alumnos habla de un éxito relativo, con aprobado alto, en el caso de la protesta de los progenitores tengo la impresión de que no se ha logrado tanta repercusión. Analizando nuestra comarca, como un ejemplo real de lo sucedido, encontramos a cuatro de nueve colegios participando en dicha jornada de huelga. En Cazorla, de dos colegios encontramos que la Asociación de Madres y Padres de uno de ellos ni se molestó en informar y así habrá sucedido, sin duda, en otros pueblos y en tantos colegios. Allí donde se convocó reunión informativa, uno de los interrogantes que revoloteó por toda la asamblea vino a poner en duda cualquier tipo de lucha por nuestros derechos. ¿Y esto de qué sirve? preguntaban no pocos padres o madres del alumnado. Una respuesta vestida de lógica dice que posiblemente no sirva para nada. Pero tampoco tiene valor el silencio y si aquellos que participamos del valor democrático de nuestra sociedad permanecemos callados tanto mejor, nuestras vidas serán llevadas en volandas, seremos dirigidos como parte de un ganado acostumbrado al grito de su pastor y viviremos confiados en ser guiados a pastizales frescos y abundantes. No, no es mi intención vivir comparado ilusoriamente con un lanudo y paciente animal. Pero tampoco concibo que aquellos que han sido elegidos para nuestra representación y para la gestión de nuestros intereses sociales, vivan en la idea de que han alcanzado el aura de intocables, que nuestro sistema electoral les concede impunidad por cuatro años para hacer y deshacer. No, ha de quedarme al menos la opción de la protesta. La crítica, siempre constructiva incluso para aquellos a los que se les ha otorgado la confianza en las urnas, mejora nuestra condición de individuos sociales. El silencio adoctrina pero la protesta enciende alarmas y resulta ser un buen aviso para políticos que desarrollan o traicionan su programa electoral bajo un cálculo partidista, que les va guiando hacia las próximas elecciones. ¿Y para qué sirve una protesta social si no se consigue nada? Para romper dichos cálculos electorales, para que un individuo que ocupa un cargo surgido de los votos individuales, no me llame alegremente irresponsable si le digo a la cara que está destruyendo el garante educativo de mis hijos. Para no formar parte de mayorías silenciosas y adoctrinadas. Para darle valor a mi voz y a mis decisiones, para expresarme y afianzar posturas de crítica, de revisión permanente del mandato otorgado a nuestros representantes. Para exigir formar parte de mi realidad más allá del simple gesto electoral. Grito para hacer saber que no estoy conforme, para anunciar que la confianza se resquebraja aunque hay margen para la rectificación. El grito social encuentra su justificación en el juicio permanente al trabajo que afecta a nuestros intereses. Y en el grito social no hay ideologías ni disciplinas de voto, no hay silencios que se compran y no debe haber cabida para la desesperanza. Y porque un grito social siempre tiene consecuencias, más tarde o más temprano se identifica el valor de la protesta.       

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