(Ideal Cazorla, septiembre 2012)
David Gómez Frías
De entre todos los
instrumentos musicales, poniendo siempre mi ignorancia por delante
del acertado análisis melódico, me parece la pandereta el más
distorsionador, el más cercano al sonido que identifica el jolgorio
que, siendo sinónimo popular de fiesta, viene a entenderse como algo
más superficial e improvisado. No evito reconocer que existen buenos
intérpretes de dicho instrumento, como tampoco dejo de hacer
justicia reconociendo que, en manos espontáneas como las de quien
esto escribe, la pandereta suena a chismorreo inestable. De ahí que,
con perdón de músicos experimentados y con perdón del propio
instrumento, traiga hoy en paralelo el uso popular del mismo con el
panorama nacional. Y es que se percibe la sensación de que estamos
en manos de improvisados gestores que golpean, sin ton ni son,
esperando que un roce cualquiera sobre el lomo del instrumento les
lleve a alcanzar el ritmo. A todos nos arrastran las circunstancias y
no quisiera ponerme en la piel de político alguno. No conozco el
alcance de una responsabilidad cuyo fruto está generando dosis
demasiado elevadas de ira contenida, ya miremos en el electorado de
un color o en el de otro. Digamos que somos el lomo de la pandereta y
se nos está golpeando a placer con manos ineficaces, digamos que
somos parte de una orquesta de la que no se conoce director
apropiado, digamos que somos platillos diminutos apresados en un eje
vertical que anula toda posible improvisación. Dada la ineptitud y
la falta de valentía de nuestro gobierno central, dado el lastre
acumulado por los distintos gobiernos autonómicos y dada la falta de
recursos permanentes en nuestros ayuntamientos, nos vemos en tal
situación. Hemos llegado a la desesperanza, como un buque en alta
mar que, sin nadie que marque el rumbo, zozobra a merced de las olas
y el viento sin pasar jamás cerca de tierra firme. Y lo peor de todo
viene reflejado, a nivel político, en la falta de oposición pues,
si Rajoy queda lejos del suspenso alto como gobernante, el líder del
principal partido de la oposición carece, precisamente, de la
virtud de liderazgo y no se contempla como una alternativa creíble.
Mientras tanto, algunos líderes autonómicos, acosados por las
circunstancias a las que hemos llegado por su modo de gestión,
tantean la capacidad electoral de su partido alimentando, si es
necesario y como si de un raspador de votos se tratase, el
sentimiento nacionalista. En paralelo encontramos héroes
equivocados, envalentonados que alimentan la crispación social como
un estandarte contra la pobreza y luego corren a protegerse al amparo
de su condición de aforado; organizaciones sociales que aumentan los
platos solidarios; una iglesia, en otro tiempo políticamente activa,
alejada del escenario público tanto como del consuelo espiritual;
lideresas que dejan el cargo e inmediatamente son colocadas en otro
memos expuesto, pero igual de suculento para su cuenta bancaria. Y
esto son sólo detalles de esta España nuestra, de este pueblo
nuestro que, una vez más, tendrá que despegar del barro sus
rodillas y alzarse, pero hagámoslo, pongámonos la crisis por
montera dejando claro a nuestros políticos que no fueron sus
remedios improvisados donde hallaron la solución, sino en la
resistencia de las clases media y baja que con tanta saña están
llevando a la asfixia.
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