La
magia en el teatro
David Gómez Frías
Marco:
Festival Internacional de Teatro de Cazorla. Ciclo:
Sala. Fecha: 7 de
diciembre. Escenario:
Teatro de La Merced. Obra:
“Alicia en el país de las maravillas”. Autor:
Lewis Carroll. Compañía:
Teatro Negro Nacional de Praga. Intérpretes
principales: Veronika Miklová (Alicia),
Pavel Marek (El Mago), Jan Kuzelka (Payaso 1), Martin Kalous (Payaso
2) . Adaptación y
Dirección: Pavel
Marek.
Cuando anunciamos a
nuestros conocidos que tenemos entrada para asistir a una
representación del Teatro Negro de Praga, normalmente recibimos como
respuesta de nuestro interlocutor un “dicen que merece la pena”,
o un “eso de qué va”, o con más sorpresa un “yo pude verlo en
tal ciudad y quedé sorprendido”. Y no sabes a qué atenerte, sobre
todo si eres primerizo en un espectáculo de estas características.
Te posicionas entonces frente al escenario para ver de qué va esto
del teatro negro y, teniendo algunas referencias pasadas, no puedes
dejar de asombrarte de principio a fin. La magia en el teatro se hace
desde el inicio. La oscuridad aliada con destellos de luz, el color
vivo dimensionado sobre el negro, el sonido surgido de la fantasía,
los personajes vestidos con la imaginación de los creadores
infantiles y los llamados intérpretes negros protegidos por la luz
ultravioleta que lleva al engaño a los ojos de todas las edades.
Casualidad es que se llame “Alicia en el país de las maravillas”
y que lleve en su título la definición que el público en su grueso
da al resultado: maravilla. Porque más allá del conocimiento que
tengamos del original texto de Lewis Carroll, más allá de las
varias ocasiones que hallamos tenido de visionar abundantes
reposiciones de cualquier versión cinematográfica de la historia,
resulta inevitable descubrir y asombrarse con este nuevo tránsito de
Alicia por sus aventuras. Aunque apenas resulta ser un enlace
argumental, un cebo que titula y atrae al público. El montaje en sí
podría definir cualquier argumento que surja de la imaginación de
su creador que, a sabiendas del engaño óptico, encuentra en la
oscuridad el aliado necesario para ilusionar mentes presionadas por
la velocidad de los años. De la oscuridad surge el vuelo de los
personajes, el efecto del viento arremolinado sobre las telas, la
fuerza del instante mágico que hace aparecer objetos o
desaparecerlos transcurrido su tiempo, sin conceder al ojo observador
un resquicio de duda que niegue la realidad de cuanto observa. En la
oscuridad se hace el color versionado en la fuerza que alienta el
espíritu infantil. En la oscuridad se encuentra el alma de los
espacios modulables de nuestra imaginación. Es en sí la actriz
principal y necesaria y del dominio que sobre su presencia se tenga
radica la evolución de lo mágico, el sentido del engaño
voluntario. Si a esto unimos una banda sonora propia de los cuentos
pasados, recursos escenográficos nacidos de efectos especiales
creados para alimentar nuestra imaginación, proyecciones que rompen
la dimensión lineal nacida del fondo negro, estamos hablando
entonces de un espectáculo capaz de proyectar en nosotros la sonrisa
oculta de esa infancia que, bajo engaños, mantenemos silenciada en
nuestro interior. Al margen del malabarismo ilusorio, el teatro negro
de Praga regocija, sustituye desánimos, alienta los laterales
rasgados de ese personaje infantil que todo el mundo coincide en
recuperar ahora más que nunca. En definitiva, acudimos a la sala
para asistir a un espectáculo teatral y salimos de ella engañados
por el secreto agradecido de la magia. En la oscuridad no solo se
hallan los temores de la infancia, a su lado se desgrana el arroyo
permanente del color que viste nuestra imaginación.
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