David Gómez Frías
Marco:
Festival Internacional de Teatro de Cazorla. Ciclo:
Sala. Fecha: 10 de
noviembre. Escenario:
Teatro de La Merced. Obra:
“Mambo”. Compañía:
Escenate. Actor: Juan
Antonio Castillo. Reparto:
Fran Peleteiro, Machi Salgado, Antela Cid, Xoán Abreu. Dirección:
Xoán Abreu.
Para entender y disfrutar
una obra como Mambo es preciso acudir a la cita sin prejuicios, sin
adornos teóricos que definan nuestro bagaje teatral como un tramo
cultural de costumbres acomodadas en lo fácil, en lo que podamos
entender y que exiga de nosotros como público un esfuerzo no mayor
al aplauso final. En cambio, teniendo en cuenta la amplitud de oferta
teatral que abarca desde el texto clásico hasta el absurdo
experimental, enfrentarse a un montaje con mentalidad dispuesta para
el enriquecimiento de nuestro lenguaje escénico, nos toparemos de
frente con sorpresas curiosas que ocultan una fuerza innegable en su
puesta en escena. Porque si acudimos al teatro sólo para que nos
cuenten una historia sencilla, sin observar nada más allá de la
historia, no haremos nada que mejore nuestro estatus de público
teatral. Por eso Mambo supone un reto para el público acomodado en
lo fácil. De su absurdo, de su surrealismo tangente y argumental
surge un provechoso trabajo crítico. El hecho de que sean tan sólo
dieciséis palabras las que compongan su texto no deja de ser un
valor añadido al conjunto. Mambo, poder, amor, Manolo, Ramón o Paca
no son sino el germen surrealista que fecunda el completo absurdo
general. Absurdo como cumplido pues jamás tanto absurdo expuso tan
comprensible una tragedia digna del conocimiento Shakesperiano.
Intrigas palaciegas, amores no correspondidos y traicionados,
hermanos traicioneros, extranjeros llevados a una intriga que no les
corresponde, países al borde de la guerra manipulada por la ambición
personal, son ingredientes de una trama profunda y desgarrada. Una
trama que debería llevar pareja una escenografía acorde con su
intensidad, sin embargo el absurdo en su tratamiento logra hacer de
la simbología y la pobreza escénica un elemento acertado que
enriquece el resultado final. Mambo puede llegar a aburrir ya que
exige un alto contenido de conceptos teatrales en el público, al que
se le supone su riqueza. Por el contrario, cuando se analizan con
profundidad sus detalles, encontramos en el resultado final un
exquisito trabajo actoral como ingrediente casi único que da cuerpo
a la trama. Además conceptos teatrales que nos llevan a la
significación y a la simplificación: un cubo de madera varía la
escenografía llevando al espectador a las dependencias de palacio
con la misma facilidad que provoca su paso por la cárcel, el bosque
o el campo de batalla, logrando un resultado óptimo que propicia la
imaginación de quien asiste para mirar. No es necesario nada más.
La falta intencionada de recursos solicita imaginación, la falta de
profundidad en el texto resalta el trabajo artístico, la falta de
todo adorno complementario en el escenario justifica el absurdo y
propiciar la vida del absurdo genera un trabajo surrealista merecedor
de alta nota. Dicho y escrito lo anterior, el hándicap de Mambo lo
encontramos precisamente en el público falto de un lenguaje teatral
profundo.
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