David Gómez Frías.
Recuerdo aquellos versos
de Antonio Machado que decían: “…/ españolito que al
mundo vienes, te guarde Dios/ una de las dos Españas ha de helarte
el corazón…” porque, aunque fueron originariamente
escritos en circunstancias especiales, con las que no quiero
presentar paralelismo alguno, bien podrían identificar la realidad
actual en nuestro país. No en vano, venimos de tiempos dorados en
los que los países en vías de desarrollo buscaban tomarnos como
ejemplo y otros, ya desarrollados, hablaban con recelo y envidia del
llamado milagro económico español. Una época, sin duda, en la que
la sociedad casi al completo adoptó la filosofía, la actitud de que
todo era posible y duradero. Pero vamos (llevamos ya alrededor de
cuatro años en este camino) hacia momentos oscuros, negros, muy
negros social y económicamente hablando. El sueño pasado y la
oscuridad presente y futura son ahora signos inequívocos de nuestra
identidad social. Además, tenemos en contra la ausencia, la falta de
líderes políticos que sean capaces de inyectar en la población un
miligramo escaso de confianza. Porque aquellos que lo son del lado
progresista conocen la formula con la que se provoca el avance
social, pero ignoran con demasiada frecuencia el alcance del
desenfreno y acaban provocando desajustes peligrosos para la economía
general del país. Y aquellos que lo son del lado conservador, una
vez alcanzado el sillón de gobierno, invierten el recorrido, todo lo
mudan, como diría Garcilaso de la Vega, “por no hacer mudanza en
su costumbre” y, en aras de un futuro no confirmado, provocan el
retroceso general y confuso de todo el país. Quizá bastaría con
cambiar el lenguaje, llamando a las cosas con su nombre, pues sabido
es que el españolito de a pie ha desarrollado la inteligencia
suficiente y adecuada para entender la situación que atravesamos
como país. Pero que dejen de considerar nuestra tontura como una
ventaja para sus decisiones, porque nunca hemos sido un país de
tontos. Quizá por eso comprendemos que hay que arrimar el hombro,
mas cuando siempre se arrima el mismo acaba lesionándose. Una vez
más me pregunto si no hay nada que corregir en el conjunto del
Estado que apoye un ajuste menos dramático. La subida de impuestos,
la bajada y congelación de sueldos, un porcentaje más elevado en la
adquisición de medicamentos recetados, el aumento en las tasas
universitarias, como ejemplo que pueda mencionarse con influencia
directa en la economía familiar, impone la pérdida de poder
adquisitivo del tejido social. Del mismo modo, los recortes drásticos
en inversión ponen en riesgo la recuperación económica nacional, sin
mencionar la reestructuración que sufre nuestro estado del
bienestar. El pueblo español ha sido siempre permisivo, comprensivo
si cabe, ante situaciones difíciles pero creo que se le está
apretando demasiado mientras se le explica, sin sobrar los
argumentos, que la asfixia es la salida a la situación.
Personalmente creo que el Gobierno de la Nación se equivoca. La
esperanza se retrasa si toda acción pasa por retroceder socialmente,
contener el gasto sin otro objetivo que cubrir la deuda y evitar
políticas de inversión que generen movimiento interno en nuestra
economía. La obsesión por la deuda también puede hundir a un país
cuya estabilidad, digan lo que digan, está amenazada por el rescate
que ya llegó a otras fronteras. Ahora es el momento de los grandes
líderes, que no tenemos, y es el momento de la política mayúscula,
ausente de nuestras instituciones desde hace mucho tiempo. Pero si se
mantiene el objetivo político en la meta electoral y aún se marca
al contrario con colores ideológicos insalvables, nada se puede
hacer. Cada vez me convence más el equívoco de la mayoría
absoluta, sobre todo en tiempos de crisis, pues resulta desfavorable
para los acuerdos nacionales tan necesarios en estos tiempos.
Últimamente, al menos, está lloviendo.
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