miércoles, 23 de noviembre de 2011

La noche de Max Estrella (9 de noviembre de 2011)

La locura de los iluminados
David Gómez Frías

Festival Internacional de Teatro de Cazorla. Ciclo de Sala. Título: La noche de Max Estrella. Compañía: Centro Andaluz de Teatro/CentroDramático Galego. Dramaturgia y Dirección: Francisco Ortuño Millán. Interpretación: Carlos Álvarez-Novoa. Lugar: Teatro de La Merced. Fecha: día 9 de noviembre.
Cuando en el teatro se pretende mantener vivo un clásico representado hasta la saciedad, o cuando se quiere mantener vivo un personaje sacándolo de las escenas compartidas, se corre el riesgo de enfrentarse a un argumento que, por momentos puede resultar vacío, perjudicial incluso para el resultado final del montaje. Podríamos decir que no es este el fruto obtenido con la apuesta jugada por el Centro Andaluz de Teatro en colaboración con el Centro Dramático Galego. Su montaje “La noche de Max Estrella” corre el riesgo de esa extracción de personaje pero, lejos de perderse y debilitarse fuera de su contexto, logra sobrevivir a la exigencia del teatro. No obstante, es en la riqueza de la puesta en escena donde dicho personaje gana su fuerza, su identidad y su significado sobre el escenario. Una puesta en escena espectacular que lleva al espectador a toparse con retazos de poesía visual, expresión plástica aderezada con el sonido de la perfección, personajes reflejados en su voz que marcan los diálogos al protagonista. Una expresión visual sobre la que se diseñan los cambios de escena, que muestra el mundo interior y atormentado del protagonista o que muestra la realidad exterior como un tormento para el hombre ciego.
Y en este ambiente casi onírico, subjetivo, conceptual y sorprendente un solo actor, aunque una multitud de personajes presten a la oscuridad del invidente la voz con la que enfrentar su ceguera, un poeta desarraigado, un personaje arrancado de las latitudes cómodas de la vida en cuya piel se disfraza cómodo Carlos Narváez Novoa. Su actuación, sacada de libro, se define desde los largos renglones de la experiencia. Con el perfil de personaje propio de finales del siglo diecinueve, su trabajo pasa por los matices de un papel heredado, conocido de antemano, al que la pobre dramaturgia le hace un flaco favor. Porque tal vez sea el punto débil del montaje una dramaturgia que no alcanza el nivel que su puesta en escena merece. La independencia de la primera sería incomprensible y pobre, desde el punto de vista teatral, si la separamos del color, la música, la luz o el ambiente creado a su alrededor. En cambio la sola puesta en escena, sin personajes de por medio, podría considerarse un fruto creador plásticamente independiente. Pero, como un montaje se lleva a cabo para valorar su conjunto, el resultado pasa por ser un regalo sensorial para el espectador que enfrenta y reconoce en lo técnico el paréntesis alocado en el que vive Max Estrella: a un lado la realidad oscura que asume con valentía esperpéntica y al otro el interior atormentado, la locura personal por la que se destruye el espíritu de los seres bohemios. No pretende este montaje el lucimiento de un actor, siendo ya innecesario por su equipaje pretender el lucimiento, sino desnudar el personaje, mostrar su brillantez paralela a su alucinación, su palabra igualada con el timbre de su grito interior, su condición de iluminado frente a los demonios de la genialidad. Ese es el resultado acertado y expuesto como un tatuaje a flor de piel.


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