Mundo Irving de fantasía
David Gómez Frías
Festival Internacional de Teatro de Cazorla. Ciclo Teatrino. Título: El castillo rojo. Compañía: La Maquiné. Autores: Joaquín Casanova y Elisa Ramos. Dirección: Joaquín Casanova. Intérpretes: Elisa Ramos, José Rodríguez y Ana Puerta. Música: Claude Debussy, Manuel de Falla, Daniel Tarrida. Lugar: Teatro de La Merced. Fecha: día 15 de noviembre.
A veces sucede que el teatro lleva a los niños aquello que estos necesitan, a veces sucede que los niños encuentran en el teatro un poco de magia, ilusión y sorpresa. A veces los niños salen del teatro perdidos en el silencio o inusitadamente parlanchites mientras narran, describen o se muestran, sin saberlo, un poquito conquistados. Es en ese momento cuando el teatro baja el telón sabiendo que lo ha conseguido, que ha logrado alcanzar, maravillar a los frutos inquietos de la infancia. Y en esto consiste el trabajo presentado por La Maquiné en el FIT de Cazorla. Un trabajo cargado de sensibilidad escénica que mantuvo centrada la atención de los pequeños en un juego de marionetas, personajes en apariencia inertes, extraídos de los cuentos. Eso es “El castillo rojo”, un cuento de princesas, caballeros, reyes malvados y tesoros escondidos. Un cuento delicado argumentado en los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving, en el que podemos encontrar detalles, pinceladas que pasan por los renglones de La torre de las infantas, Leyenda de las tres bellas princesas, Leyenda de la rosa de la Alhambra o la Leyenda del soldado encantado, sin olvidar un paso discreto por los estanques con pececillos de colores o el patio de los leones. Una historia montada sobre los muros del gran palacio-fortaleza que se alza rojizo en el atardecer de Granada. Pocas veces una sala de teatro infantil estuvo tan en silencio siguiendo una historia, pocas veces un montaje de teatro se adueña con tanta facilidad de la turbulencia mental de los niños, los mantiene en su butaca y les muestra que la magia pasa, en ocasiones, tan cerca de nosotros que la podemos alcanzar con nuestras manos. Este es el mérito de La Maquiné. Sin diálogos expone una historia que atrae, en la que los personajes no son sino marionetas movidas por la delicadeza de los cuentos. Pero no sólo con muñecos y máscaras se distrae un niño, el argumento es hilado con astucia, la música acompaña como si de un personaje más se tratase y la luz permite intercambios con la sombra, el sueño inconsciente o, con algo más de libertad, simplifica un estanque de agua en movimiento con su propio microclima. Un trabajo resultante delicioso que en ningún caso garantiza que algún día los niños se asomen a las páginas de los cuentos de Irving, aunque tal vez alguno sueñe, mientras sonríe, que juega entre los muros del viejo castillo rojo donde una princesa espera ser liberada de los celos paternos del rey injusto y excesivamente protector.
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