El lenguaje ambiguo de la vida
David Gómez Frías
Festival Internacional de Teatro de Cazorla. Ciclo de Sala. Título: Traición. Autor: Harold Pinter. Compañía: Histrión Teatro. Dirección: Marcelo Subiotto. Traducción: Rafael Spregelburg. Interpretación: Gema Matarranz (Enma), Constantino Renedo (Jerry), Manuel Salas (Robert). Escenografía: Álvaro Gómez Candela. Iluminación: Juan Felipe Tomatierra. Lugar: Teatro de La Merced. Fecha: día 30 de noviembre.
Para cerrar el ciclo de sala, a la postre el propio festival y sin dudar que debe haber otras ediciones futuras,no ya por el razonamiento vital que se impone al propio teatro como ente cultural, sino como necesidad personal que cada individuo ha de exigirse y exigir a quien corresponda, Histrión Teatro ha dejado en el cierre un breve pero buen sabor de boca. Como no todo un festival puede alzarse sobre la creación espectacular de La Zaranda (Nadie lo puede creer), o la contundencia expresiva de Atalaya (Ricardo III), Traición, la obra de Harold Pinter montada por Histrión, hay que analizarla evitando comparaciones frívolas y ligeras. No en vano, Traición captó, como las obras y compañías mencionadas como ejemplo de espectáculo, un gran nivel de atención en el público. Quizá debamos atribuirle este logro al tono de voz, intencionado y medio en todo momento, con el que los actores dieron vida a la palabra de los distintos personajes; quizá, no quitemos mérito a la obra, el argumento y su lenguaje caló la fina piel del espectador hasta lograr su conquista. Lo cierto es que “Traición” ha resultado ser un pequeño regalo (no dura más de una hora) sereno y claro del hacer de los actores. La obra en sí no iría más lejos apoyándose en su argumento: dos hombres, una mujer, un matrimonio, un amigo, secretos inconfesables que algún día llegan a confesarse, relaciones cuya densidad va mermando y adquiriendo la condición de volátil con el paso del tiempo, amistad llevada al engaño, amor llevado al vacío, nada en fin que no suceda a diario. Podríamos definirla como una historia mediocre, cotidiana, sin nada nuevo que contar. Sin embargo su desarrollo nos muestra detalles no cotidianos que rasgan la superficie del ser humano hasta descubrir el desgarro que produce aquello que una vez fue valentía, amor, intensidad, aventura y que ahora no va más allá de la propia desolación. Original es en sí la narración en retroceso de los acontecimientos dejando atrás el punto vital en el que todo se disfraza de desesperanza, hasta llegar al punto de inicio donde surge, donde nace la transición de seres que se enfrentan a la monotonía de sus vidas, a seres donde lo inesperado se muestra como nuevo ingrediente vital. Y es en el lenguaje empleado por el autor, no en su historia, donde esta historia tiene su significado. Son los diálogos, que van poco a poco mostrando la variación anímica de los personajes, su evolución hacia el vacío justificado en un pasado que los muestra desconocidos para sí mismos, el origen de la tensión, la razón que abre en una historia mediocre ventanas por las que se refleja el interior de los seres humanos. Porque sin su lenguaje y sin sus diálogos que dejan al descubierto las lagunas emocionales de los personajes nada hablaríamos de “Traición”. Defienden además dichos diálogos el trabajo de los actores, sin dejar de lado la dirección, centrados en el terreno emocional que les impone el texto y lejos de adornos escenográficos. De ellos, sin diferencias entre los tres aunque concediendo un poco más de brillo al trabajo de Gema Matarranz, se extrae el valor de la obra. Actores medidos en su exposición, personajes equilibrados, juegos de voces por las que pasan a la par la tensión, la risa, la amargura, la añoranza y la desolación maquillada en la memoria. En definitiva, una historia intrascendente a la que otorgan su trascendencia la desnudez y el convencimiento de los actores. ¿Acaso no era esta la intención de Harold Pinter?
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