Los fantasmas del buen teatro
David Gómez Frías
Festival Internacional de Teatro de Cazorla. Ciclo de Sala. Título: Nadie lo quiere creer. Compañía: La Zaranda. Texto: Eusebio Calonge. Dirección: Paco de la Zaranda. Actores: Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez, Enrique Bustos. Lugar: Teatro de La Merced. Fecha: día 4 de noviembre.
Cuando se anuncia de antemano la concesión de un premio a una compañía de teatro, como reconocimiento a su larga trayectoria y a su trabajo, cualquiera asiste a la sala esperando que una muestra puntual, que un sólo montaje resuma y justifique un trabajo reconocido a nivel internacional. Cualquiera asiste con la expectación de verse sorprendido y con la certidumbre de que el teatro saldrá favorecido con montajes como éste. Sin duda La Zaranda trae siempre la sorpresa, identifica el teatro con un espectáculo con el que debe sentirse tan cómodo el público como inspirado el hacer de los actores. Y así sucede en “Nadie lo quiere creer”. No tiene su texto un argumento que vista de formidable la historia, porque no lo necesita. La palabra escrita hila tan solo la vida de los desheredados y ruines seres humanos que esperan, en la muerte de los cercanos, una oportunidad de mejora y que pueden, incluso, alimentar fantasmas con el propósito de permanecer en la farsa. Pero lo que sí tiene el texto, convirtiéndolo en una herramienta virtuosa del trabajo actoral, es un ritmo endiablado, una inteligencia creadora sobresaliente que descifra el ritmo creador de los personajes. La escenografía, sin decorado inmóvil sino con elementos ornamentales concretos, se nutre del trabajo de los actores para marcar los cambios de escena, la distinta ambientación y el transcurrir de la historia sobre el escenario, dejando al descubierto un virtuoso trabajo de dirección en el que lo inerte se hace paralelo en vida escénica a lo humano. Y, llegados a lo humano, es este el ámbito en el que nace el teatro de La Zaranda. Un teatro entendido como creación, como inspiración interior. Un teatro que supera los límites marcados entre el territorio del texto y la disciplina de la dirección. Un teatro que invoca lo individual como arte y lo colectivo como ente vital llamado a superar estereotipos comerciales, llamado a derrotar la falsa bohemia con una concepción puramente poética de creer y crear la escena. Un teatro profundo surgido de los seres que viven en paralelo la inevitable realidad con la ilusión emergente de fantasmas interiores y su origen creador, haciendo de la expresión teatral un lenguaje por el que surge la inquietud, sin freno, de comunicar lo creado. De ahí que el montaje de La Zaranda lleve al espectador a un desfile de detalles, a observar una maquinaria perfecta de exposición plástica en el que la imagen poética, la composición pictórica surge en cada movimiento, en cada gesto, en el balance final de una escena antes de alcanzar la siguiente, en la relación de lo vivo con lo inerte hasta lograr un resultado final de teatro surgido de los tuétanos de la interpretación. Es entonces, cuando se entiende y justifica de este modo el trabajo teatral, el momento en el que el público se levanta y aplaude una muestra, un episodio breve en la trayectoria de crecimiento interior porque, aunque “nadie lo quiere creer”, La Zaranda nunca detiene, al margen de reconocimientos, el crecimiento continuo de esa criatura viva llamada TEATRO.
muy bueno, me ha gustado mucho tu entrada sobre este espectacular grupo que pude ver en Bs. As
ResponderEliminarsaludos
Dora