Luz clara de luna
“De sandalia a tacón”. En colaboración con la Agencia Andaluza para la Difusión del Flamenco.
Baile: Ana Morales. Guitarra: Jesús Guerrero. Percusión: Jorge Emilio Pérez. Cante: Moi de Morón.
Festival internacional de Teatro de Cazorla. Ciclo de sala. 21 de octubre. Teatro de La Merced.
David Gómez Frías
Lo primero que siente el espectador frente al baile de Ana Morales es sorpresa, luego va recibiendo un contagio de satisfacción temporal que se traduce en admirada presencia. Y es que el flamenco surgido de su arte contagia de inquietud las butacas, de pequeños giros el perfil estático de los hombros, de manos casi tocándose ofreciendo la compañía de la aprobación. El espectáculo de Ana Morales es sencillo, su escenario vacío para colmarlo de ella misma en movimiento, para electrificarlo de belleza corporal y sensualidad femenina. Un leve recorrido por la evolución del flamenco a lo largo de los siglos, iniciando su camino sobre los restos históricos de las “puella gaditanae” o bailarinas gaditanas de siglo II a. c.. Leve si miramos el reloj al finalizar su actuación, pues llegó apenas a la hora y unos minutos más, pero intenso y vital por su energía y entrega. Su tránsito por la danza, su paso obligado por la sandalia hasta llegar a la imposición percusora del tacón, estuvo llena de color y arte en movimiento. Su ropaje dictaba el colorido de la tarde o el paso de la luna clara hacia la noche oscura del flamenco, donde espera el duende del alma andaluza que concede al cuerpo el rumor hondo de lo bello.
Acompañándole sobre el escenario se fue despojando primero la presencia percusora de Jorge Emilio Pérez, de cuyas manos llevadas al cajón surgió el ritmo acompasado del alma; luego el guitarrista, Jesús Guerrero, virtuoso, tocado por las escarcha plateada que las cuerdas de la guitarra conceden a los pocos maestros que sobre el instrumento dejan volar sus dedos como un ejercicio de aceptación mutua. Y finalmente la voz desgarrada de Moi de Morón clamando el permiso de la garganta con el que rendir homenaje al fuego interno de la bailaora. Cada uno expuso en solitario el porqué de su presencia junto a la principal, cada uno, en conjunto, dejó muestra clara del hacer maestro con el que se acompaña lo más grande. Los teóricos del flamenco sabrán qué lugar darles en el territorio del patrimonio inmaterial de la humanidad. Las “puella gaditanae” tal vez agradezcan la resurrección de sus movimientos o quizá las tablas de cualquier café nocturno se lamenten de silencios temporales de tacones. Pero son los espectáculos como el de Ana Morales los que extienden el arte andaluz por los rincones del público sin espacio posible para la desaprobación, sino esperando con fuerza el premio que un artista requiere como juicio al resultado de su arte: el aplauso, el lenguaje de las manos como agradecimiento a lo recibido, como pago a la efímera creación del baile.
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