viernes, 1 de febrero de 2013

Si te dicen que caí


(Ideal Cazorla, agosto 2012)

David Gómez Frías

No, estimado lector, no es este un texto alusivo a la novela de Juan Marsé. Tampoco es intención mía presumir de conocimientos literarios que tal vez no tenga. Tan sólo hago uso de un título que viene como anillo al dedo para alimentar la imaginación. Discúlpeme el autor de aquella novela castigada por la censura, y tómese mi ligereza como un homenaje a su palabra. El caso es que dicho título me trae al limbo literario una carta presidencial con cierto regusto a resentimiento.
“Querido ciudadano, si te dicen que caí, si te dicen que fui el primero de los presidentes en democracia que no renovó mandato, si te dicen que, en apenas una legislatura, tiré por tierra la confianza de millones de personas que me concedieron la más amplia mayoría recibida nunca por un eterno aspirante, si te dicen que mentí oponiéndome a mi propio programa electoral y que el desarrollo de mi política supuso una quiebra, lamentable e irreversible, del estado del bienestar, este expresidente se opondrá siempre a la razón de los cuentos del populacho. Todo, y así fue aleccionado mi equipo para una defensa sin fisuras, fue recibido en herencia. Comprenderás que siempre es más fácil huir hacia delante culpando de los males y los fracasos a quien hace la entrega del testigo. Digo esto por poner un ejemplo deportivo pues, como bien sabes, soy muy aficionado a dichas expresiones como literatura de superación personal. Lo cierto es que siempre he visto esta patria mía como una dulce niña. Una niña a la que hay que privarle de las golosinas que ha recibido sin merecerlas, haciéndole comprender que el buen comportamiento y la obediencia se presentan como virtud inherente al ser humano, sin ser necesario premio que distinga dicha virtud. Yo, como tutor, he de participar en su buen crecimiento y reparar errores que se hayan podido cometer. Supongamos que la niña ha sido malcriada desde distintos puntos de vista y hay que corregir el defecto. Pongamos, por ejemplo, que de tanto darle y aumentarle la paga semanal estamos cultivando una actitud materialista, arraigada, sin duda, en el consumo desbocado. La solución correctora es sencilla: se le congela la paga recibiéndola una vez cada tres meses, mientras que las golosinas quedan reservadas para fechas parecidas a un cumpleaños y, siendo generosos, para el día de su santo, poniendo así en valor una buena costumbre regida por la austeridad. La niña quiere una mochila de ruedas para ir al cole y, es más, que el padre o la madre ejerzan de chofer sin tener en cuenta que ambos han de hacer lo posible por encontrar, si no lo tienen, o por mantener un trabajo cuyos beneficios laborales en la mayoría de los casos exceden de lo merecido. Pues no, la niña de mis sueños ha de ir al colegio a pie (ella también ha de participar en eso que han dado en llamar “conciliación familiar”) permitiendo elasticidad horaria para sus progenitores. Y ha de ir con libros prestados y mochila a la espalda, como toda la vida se ha hecho y porque resulta más barata. Los sueños de igualar a unos niños con los de otros ha de terminarse, recuperando la sensatez de tiempos pasados en los que se sabía quién era quién y nadie lo dudaba. Y si en el trayecto la niña enferma bien puede hacerse fuerte con jarabes y remedios caseros, que los médicos están para quien pueda pagarlos y necesitarlos con más urgencia. En fin, mis colegas de la docencia política, sobre todo los alemanes, que de imponer a los demás están de vuelta, me ofrecieron las mejores lecciones. Las hice mías por el bien de esta niña, de mi patria, recibiendo reconocimientos y aplausos por la sumisión mostrada. La voluntad del pueblo no es comprensible con el esfuerzo de un político y dicen que fui dejando, poco a poco, caer sobre mi buen hacer una losa pesada en la que se podía leer “Expresidente”. Qué habría sido de esta pobre niña, mi querida patria, sin tanto esfuerzo mío por poner las cosas en su sitio, llamarlas por su nombre y despertar al ciudadano de un horrible sueño basado en posibilidades que mantiene a cualquiera lejos de la realidad.

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