viernes, 1 de febrero de 2013

Vencer el miedo


(Ideal Cazorla, diciembre 2012)

David Gómez Frías

Estimado lector, como has podido comprobar en persona eso del fin del mundo era una burla al descubierto y ahora, habiendo hecho planes sólo para los momentos finales que anunciaban los profetas, no sabes en qué emplear el resto de vida que aún tienes por delante y matas el tiempo, por ejemplo, leyendo estas líneas. Ha quedado demostrado que todavía nos falta inteligencia para interpretar teorías de civilizaciones pasadas como los mayas. Menos capaces somos de extraer una línea creíble de las Centurias astrológicas de Nostradamus, sin embargo hemos asistido a un ir y venir de teóricas alucinaciones apocalípticas de las que podemos extraer como resultado un buen negocio para unos, varios huecos rellenos en la inmensa mayoría de los canales televisivos y una raza, en su conjunto, preguntándose qué habrá de cierto en todo esto. En los años que llevo en este mundo, dos o tres veces he asistido al anuncio del fin y tantas veces parejas el mundo ha seguido girando, con nosotros dentro, en el pequeño espacio que le tiene reservado, desde su origen, el universo. En todo caso, el mundo es difícil que desaparezca con tanta facilidad, por el contrario la vida, su sentido, la orientación, el significado, nosotros mismos corremos el riesgo de ser aniquilados, anulados como raza inteligente. Una de las versiones del apocalíptico 2012 apunta hacia un cambio de conciencia y más vale que esta versión la hagamos creíble y nuestra, teniendo en cuenta que el ser humano está retrocediendo, está siendo obligado a retroceder hacia escenarios dominados por el miedo. Los grupos de poder señalados por la crisis son los únicos sobre los que se centran los esfuerzos por sacarlos de ella. Los distintos gobiernos nacionales no encuentran mejor recurso económico que el sangrado, programado y continuo, de la base social: pérdida de poder adquisitivo, pérdida de derechos en favor de una situación que resquebraja la base generada en nuestra evolución democrática, regreso de ciertas actitudes autoritarias y discriminatorias, reflejo del populismo en las políticas de nuestros gobernantes, desaparición de no pocas garantías sociales, involución educativa (aunque nunca hemos podido presumir de nuestro sistema) con ciertos manejos ideológicos que retrasan nuevamente nuestra hipotética equiparación con los mejores países de nuestro entorno, y un largo etcétera que crece al abrigo de la ausencia del sentido de lucha social. Quizá por eso resulta tan extraño, hoy día, conocer casos de orgullo ciudadano, conocer a individuos que anteponen principios mermados para la mayoría ante una situación de injusticia. Sucede que su lucha en desventaja debe servir de ejemplo para los vecinos que convivimos con ellos. Sin embargo nos estamos acostumbrando nuevamente al miedo, justificando nuestro retroceso social como algo necesario y, lo que resulta más alarmante, merecido. El abuso que están ejerciendo sobre nosotros los electos gobernantes, desarrollando políticas que oprimen como siempre al débil, nos está acomplejando. Se percibe socialmente la sensación de que el esfuerzo social, la lucha ciudadana, la indignación llevada al escaparate de la protesta, no sirve para nada. El vacío colectivo amenaza al individuo. Se corre el riesgo del acomodo y la sumisión, pero el cambio de conciencia, el grito inspirado en pequeños ejemplos donde los principios humanos sobreviven, aún se percibe a flor de piel. La reacción social se hace necesaria porque somos ciudadanos herederos de largos años de lucha en la que aquellos que permanecieron en pie, siempre sujetos por los principios esenciales de ciudadanía, nos legaron la virtud del derecho que nos ampara. Una vez más el mundo sobrevive a su anuncio destructivo, pero es en el ser humano donde se abre una brecha sísmica que le está llevando al retraso. El cambio es el inicio, la reacción un homenaje a todo ejemplo de lucha. La indignación el combustible inagotable que alimenta nuestra razón.        

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