lunes, 20 de febrero de 2012

VERGÜENZA

(Ideal Cazorla, febrero 2012)

David Gómez Frías

El diccionario de la Real Academia de la Lengua, en su primera acepción, define vergüenza como “turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena”. Y en los tiempos que corren resulta turbador tener que recurrir al diccionario para definir situaciones reales. Vergüenza se siente cuando el ejemplo de conducta recta y veraz queda relegado a modo de actuar delincuente o totalitario. Así ha definido en su sentencia el Tribunal Supremo la labor, criticable o no, del condenado juez Baltasar Garzón. Por su proceder más propio de regímenes totalitarios se inhabilita a quien dejó su cómodo sillón de la Audiencia Nacional en busca de justicia mayúscula y acabó encontrando un banquillo de acusado y una condena ajustada al criterio de jueces conservadores, movidos tal vez por factores políticos o empujados por la dañina envidia. Que la justicia es ciega salta a la vista, pero siempre nos hicieron creer que su ceguera nacía de la virtud de imparcialidad, sin embargo también es atribuible, como defecto, a quienes la imparten con los ojos vendados frente a la realidad que pretende corrompernos como seres humanos. La grandeza de esta criatura que somos pasa porque a veces, en contadas ocasiones, algunos individuos se enfrentan a lo erróneamente establecido y logran cambiar las cosas. Es entonces cuando la sociedad madura. Es entonces, también, cuando corre el riesgo de ser detenida en seco aireando bochornosas razones. Y la misma justicia que condena a quien pretende evitar o castigar el acto equivocado, deja en libertad o propicia herramientas de evasión a quien delinque y se mofa de cualquier conciencia social. Unos trajes o unos millones siempre amparados en la hegemonía del poder bastan para hacer doblar las rodillas a todo el sistema.
Deshonra, deshonor, pena o castigo que consistía en exponer al reo a la afrenta y confusión públicas con alguna señal que denotaba su delito, son otras de las acepciones de vergüenza. Aquellos que ejercen de acusación particular contra el mismo juez condenado por perseguir casos flagrantes de corrupción, esta vez vinculada la causa al proceso de memoria histórica exigido por cientos de miles de ciudadanos, estarán frotándose las manos pues, si la corrupción lo señala como actor con modos totalitarios en su proceder, qué calificativo utilizarán en la causa abierta contra el franquismo. Sólo en España podría suceder que los hechos de un dictador genocida se alzasen contra la justicia que busca dar reposo a los desaparecidos. Nos están robando la verdad.
En fin, una sociedad entera que se doblega dejando caer iconos que se alzaron como ejemplo de su evolución, una sociedad que, amparada en la recuperación que la política hace necesaria para solventar la situación de crisis actual, deja perderse sin visión retrospectiva los logros, los derechos, la evolución social y laboral surgida de largos años de lucha, se identifica como sociedad sumergida en la vergüenza y el desamparo. Pero hemos perdido también el razonamiento que identifica nuestra queja ya que, en los largos años de bonanza ficticia, hemos vivido en la comodidad y la equivocación de que, siendo suficiente el alcance del bolsillo, para qué quejarse si todo iba de maravilla. Ahora que todo lo perdemos porque nos lo van quitando por sistema, nos damos cuenta de que también hemos perdido nuestra condición de lucha y nos mostramos con vergüenza ante países sobre los que debe caer, sin duda, la razón de nuestro estado. Despertemos que la lucha volverá. Que nuestro rostro muestre el color de la vergüenza, pero que nadie nos toque más la dignidad.

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