martes, 29 de noviembre de 2011

Teatro de calle (días 7 y 8 de octubre de 2011)

Breve Teatro de Calle
Festival internacional de Teatro de Cazorla
Teatro de calle 7 y 8 de octubre
David Gómez Frías
Cazorla

Que la crisis lo decide todo, lo cambia todo, lo colorea todo de supervivencia necesaria, es algo que a estas alturas nadie puede negar. En los últimos meses hemos asistido a un goteo incesante de cierres y suspensiones en el ámbito cultural. Festivales arraigados, convocatorias literarias de alto nivel, expresiones artísticas que habían escapado de la caída económica mundial como una expresión íntima, local, se han despojado de su traje de intocables y han sucumbido frente a la realidad que late en nuestras decisiones.
Quizá por eso es de agradecer el esfuerzo de las instituciones que, con un presupuesto reducido, han apostado por mantener este Festival Internacional de Teatro de Cazorla. Quizá por eso no cabe la crítica en el número de compañías presentes en el cartel, sino alabanza hacia un producto ceñido a lo austero pero vivo en calidad y expresión teatral.
Así ha sido la muestra de calle desarrollada estos pasados días 7 y 8 de octubre. Breve en número de compañías pero globales en cuanto ha exigencias de guión. Pues la calle respira, necesita y exige marionetas como las traídas por Tranfulla con su Titiribus y “El pequeño Dick”; la calle reclama la sonrisa provocada por el clown y su contagio nos alcanzó con el trabajo, ya premiado, de Teatro Necessario con su “Nuova Barbería Carloni”. Es también necesario para la calle acercarse a la danza que, en su expresión vertical, llegó a las ruinas de Santa María de la mano de Rea Danza y su “Pala pala”. Tampoco debe faltar en las plazas de cualquier festival la magia, el malabarismo, y la llamada de atención a los más pequeños con objetos familiares logrado en su trabajo, “La bicicleta”, por Eduardo Chillida.
Pero, en toda exposición cultural, los destacados marcan la diferencia. Y diferente fue la apuesta por Ara Malikian con sus “Músicas Zíngaras”. Un concierto ameno, un repertorio acertado que trasladó al público las sensaciones de evolución en los acordes que, a lo largo de la historia, ha permitido desembocar en el folklore de distintos países. Desde India, Siria, Armenia, sin olvidar la composición inacabada de la abuela y que Ara, gentilmente, dedica al lugar que le acoge. Violinista virtuoso, sin dejar al margen la compañía que conforma el cuarteto, logró desarrollar un concierto simpático, enérgico, instructivo, dictado sobre el aura que define a los grandes músicos con ese acento de humildad necesaria para que el público, juez último sobre lo expuesto, aplauda reconociendo la maestría.
Y es necesario, también, detenerse en la performance de Berville con “Process”. Arte personal e íntimo llevado al escaparate público. El artista local, inspirado en los versos de Rimbaud, interpreta sobre el cuerpo humano el tránsito obligado del tiempo sobre la materia. Una expresión de color y creación efímera amparada por el hilo inspirado de la viola. Un cuerpo yacente, un cadáver castrense, un soldado abatido en combate abre las puertas a la naturaleza conquistadora y acepta la transformación. Es el paréntesis del tiempo el generador del cambio y es inevitable la modificación de la materia. Allí donde habita lo bélico se impone la naturaleza. Allí donde se consolida la extensión del valle, el tiempo insondable clama sobre la hierba su condición de perturbador de la belleza. Y todo, incluida esta interpretación personal, en un ámbito cerrado que expone al público a la corrupción de la materia como argumento creativo.  

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